Gracias a Alberto Olmos he descubierto un divertido blog que recopila, según su título, . Bueno, que está recopilando, porque de momento sólo hay nueve, esperamos que vayan sumando.
Creo que narrar un polvo es uno de los retos técnicos que definen a un escritor. En él se nota su temple y su capacidad. Y hay vacas sagradas que hacen agua en las escenas de cama. Puede que porque también naufraguen a la hora de follar de verdad, qué sé yo.
He escogido uno de los polvos compilados para comentarlo aquí, como si estuviéramos en uno de mis talleres de escritura creativa, pero gratis. Aprovéchense, que es una oferta de verano.
El fragmento corresponde al libro Tarzán y el filósofo desnudo, de Rodrigo Parra Sandoval. Autor y libro me son completamente desconocidos, así que me limitaré a comentar lo que aquí copio, sin prejuicios de ningún tipo. He aquí el pasaje porno (lo copio entero y luego voy desglosando por partes):
Estábamos en mi estudio aunque en realidad parecía más ser el cuarto de trabajo del general Alejandro Munévar: las paredes totalmente cubiertas de libros, un escritorio de madera, una máquina de escribir, papeles, borradores de trabajos sin terminar, a medio corregir. Escuchábamos . Súbitamente Ofelia sacó de su baúl, el baúl que siempre ha tenido en su pieza de mujer casada, que perteneció primero al general y luego a Alicia, un viejo baúl reforzado con correas de cobre, cuatro cuadernos y un diario que tenían títulos en grandes letras: tres de ellos se llamaban Tiempo negro –uno contenía poemas bajo el mismo título–, un cuarto estaba conformado por mis ensayos filosóficos fallidos y el quinto era el diario de Ofelia. Daba la impresión de que todos se llamaban igual: Tiempo negro y de que en realidad constituían una sola obra. De esta manera me hacía yo parte de un extenso libro escrito a cinco manos por diferentes generaciones de una misma familia, cada uno continuado por otro escritor. Me sentí rama de un árbol, parte de una comunidad familiar cuyo dudoso destino era escribir y resolver la vida a pistoletazos.
Ofelia comenzó a arrancar las hojas de los cuadernos y los iba esparciendo en el suelo de madera, los tiraba al aire y fue así formando un colchón de papel. Cuando hubo terminado alzó los brazos como si fuera a volar, tomó su blusa por la espalda y la sacó, después subió una pierna y se quitó el zapato y la media rosada de algodón. Apareció un pie de mediano tamaño, bien formado, con un talón enrojecido por la concentración de sangre. Hizo lo mismo con el otro pie tratando de seguir la música de Lohengrin. Entonces entendí que había iniciado un striptease. ¿Intentaba unir el espíritu de su familia disperso en hojas por el suelo con el erotismo de su cuerpo en un afán por recobrar la unidad, la integración de la cultura y la biología?
En seguida Ofelia hizo disparar el cierre del corpiño y brotaron sus senos ofrecidos y esplendorosos, erguidos, de muchacha de quince años. Imitó sin éxito los movimientos provocativos de una cabaretera y fue poco a poco bajando los ceñidos pantalones hasta que apareció el endemoniado matorral entre las piernas. La ingenuidad de sus movimientos que intentaban mostrar una falsa experiencia, la obviedad de su provocadora inocencia de mujer y la terrible fascinación de su cuerpo desnudo sobre la deshojada cultura familiar me encendieron la hombría.
Rodamos desnudos por el suelo cubierto de papeles en acrobacias pasionales hasta que logré el cálido placer de la penetración y pude sentir el abundante manar de sus aguas que erotizaban mis ensayos filosóficos, la guerrera historia de general Alejandrino Munévar, la inescrutable osadía de Alicia, el diario de Ofelia y los misteriosos poemas: ahora esos lánguidos escritos estaban definitivamente impregnados de pasión, olían a pasión, llevaban dentro de ellos el fuego de una pasión. Olían a pasión, llevaban dentro de ellos el fuego de una pasión. ¿Es así como debe escribirse, con sudor de abrazos, con gemidos de coito, con abluciones sexuales, con secreciones de la biología sobre la cultura?
«Estábamos en mi estudio aunque en realidad parecía más ser el cuarto de trabajo del general Alejandro Munévar: las paredes totalmente cubiertas de libros, un escritorio de madera, una máquina de escribir, papeles, borradores de trabajos sin terminar, a medio corregir.» Descripción intelectualizante: libros, papelotes, trabajos sin terminar, a medio corregir. ¿De verdad se puede dilucidar de un simple vistazo si un trabajo está a medio corregir o listo para la imprenta? Es más, ¿importa eso para la acción? Ignoro si el general Alejandro Munévar es un personaje de la novela o una referencia innecesaria y pedante.
«Súbitamente Ofelia sacó de su baúl, el baúl que siempre ha tenido en su pieza de mujer casada, que perteneció primero al general y luego a Alicia, un viejo baúl reforzado con correas de cobre, cuatro cuadernos y un diario que tenían títulos en grandes letras: tres de ellos se llamaban Tiempo negro –uno contenía poemas bajo el mismo título–, un cuarto estaba conformado por mis ensayos filosóficos fallidos y el quinto era el diario de Ofelia. Daba la impresión de que todos se llamaban igual: Tiempo negro y de que en realidad constituían una sola obra». Llegados a este punto, el lector empieza a preguntarse: ¿y cuándo se folla aquí? Porque yo sólo veo putos libros y cuadernos. Lo de que Ofelia sacó “súbitamente”, como si le diera un ataque de epilepsia y sintiera la histérica necesidad de abrir el baúl, pase, pero, ¿es necesario que nos den tantos detalles sobre el baúl? ¿Es que tenemos cara de anticuarios, quieren que lo tasemos? A no ser que “súbitamente” se pongan a follar como bonobos sobre el baúl, no necesitamos saber tanto. Es más: ¿por qué en un estudio lleno de libros y papeles se guardan algunos en un baúl? Cinco libros, entre ellos “mis ensayos filosóficos fallidos”. Amos anda, no me jodas. Tiempo negro es el que me estás poniendo a mí.
«Ofelia comenzó a arrancar las hojas de los cuadernos y los iba esparciendo en el suelo de madera, los tiraba al aire y fue así formando un colchón de papel. Cuando hubo terminado alzó los brazos como si fuera a volar, tomó su blusa por la espalda y la sacó, después subió una pierna y se quitó el zapato y la media rosada de algodón.» Al margen de que hay un error de concordancia de tiempo verbal (si comenzó a arrancar, no los iba esparciendo, sino que los fue esparciendo), no terminamos de entender si Ofelia es en realidad Najwa Nimri en plena performance en Pachá Ibiza. El protagonista, en pasaje que hemos omitido en este desglose, dice sentirse extasiado y orgullosísimo de esos libros, pero asiste sin hacer comentarios a su destrucción. Luego no sería la cosa para tanto y nos podría haber ahorrado su enumeración exhaustiva y cargante, amén de que tendríamos mejor concepto de él, porque todo aquel que dice ser autor de un ensayo filosófico fallido es catalogado sumariamente de gilipollas o de tontoelculo, según el habla del español que se maneje. Ofelia, de pie, estira la pierna y se quita el zapato. Ignoramos si Ofelia es bailarina residente del Bolshoi o padece una malformación en las articulaciones. En cualquier caso, llevamos un montón de líneas y aquí aún no ha pasado nada, salvo unos ensayos filosóficos fallidos.
«Apareció un pie de mediano tamaño, bien formado, con un talón enrojecido por la concentración de sangre.» ¡Aleluya! Por fin enseñamos cacho. ¡Un pie de tamaño mediano con el talón enrojecido por la concentración de sangre, nada menos! Difícil concebir algo más excitante. Al menos, si eres podólogo. La descripción es también digna de un manual de podología, y la apreciación “bien formado”, podría ser la de un veterinario o la de un fabricante de calzado. En ningún caso la de un amante erecto y deseoso de meterse ese talón enrojecido en la boca.
«Hizo lo mismo con el otro pie tratando de seguir la música de Lohengrin. Entonces entendí que había iniciado un striptease.» Joder, chaval, no me extraña que tus ensayos filosóficos sean fallidos, porque no has tardado nada en percatarte de que la chica se estaba despelotando delante de ti. “Me di cuenta de que había iniciado un striptease”. No, hijo, no, lo había iniciado (sic) hacía veinte minutos, aunque comprendo tu confusión: a mí me seguía pareciendo una intervención artística de Najwa Nimri. Lohengrin debe de ser la versión colombiana de Carlos Jean.
«¿Intentaba unir el espíritu de su familia disperso en hojas por el suelo con el erotismo de su cuerpo en un afán por recobrar la unidad, la integración de la cultura y la biología?» ¿Y yo qué cojones sé? Si tú no lo tienes claro y ni siquiera te pone palote, que andas a vueltas con la integración de la cultura y la biología, ¿qué voy a saber yo, que pasaba por aquí y vivo en Zaragoza? En cualquier caso, calificar de “erotismo” la exhibición de un pie de tamaño medio, bien formado, con el talón enrojecido por la acumulación de sangre es audaz. Sin duda. Casi postmoderno.
«En seguida Ofelia hizo disparar el cierre del corpiño y brotaron sus senos ofrecidos y esplendorosos, erguidos, de muchacha de quince años. Imitó sin éxito los movimientos provocativos de una cabaretera y fue poco a poco bajando los ceñidos pantalones hasta que apareció el endemoniado matorral entre las piernas.» ¿Enseguida? Aquí no se hace nada enseguida. Tú no has estado en las fiestas de un pueblo y te has ido con una peñista a las eras. Entonces sabrías lo que es “enseguida”. Aquí llevamos un montón de rato esperando que la chica enseñe las tetas, y cuando al fin lo hace resulta que son unos “senos ofrecidos y esplendorosos, erguidos, de muchacha de quince años”. Vamos a ver, querido filósofo fallido: la taxonomía de los senos es rica y variada, pero no existen los “ofrecidos y esplendorosos”. Sí los erguidos, pero conviene especificar más. No sabemos si son pequeños o grandes (o medianos y bien formados), si los pezones se expanden o son puntitos, si son blandos o duros, si tienen pecas, si miran de frente o bizquean. Joder, que me has descrito el puto talón y me niegas la descripción de las tetas, que es lo que importa. Y lo mismo con “endemoniado matorral”. ¿De qué estás hablando? Había abundancia de vello, sin duda, pero hay que especificar más y rehuir el uso de adjetivos como “endemoniado”, que no describen ni ayudan a imaginar nada. Y una corrección anatómica: lo que está entre las piernas no es precisamente el matorral.
En este punto quería yo insistir: un polvo tiene que excitar, y para ello, su narración ha de estar jerarquizada. No se puede describir en detalle los putos apuntes a medio corregir y las correas del baúl para luego no decir nada de las tetas. Esto es un fraude manifiesto, por mojigatería o por incapacidad narrativa, pero los lectores no deberíamos consentirlos. Si nos cuentan un polvo, tenemos derecho a que nos pongan cachondos y no a que nos aburran con enmarañados matorrales.
«La ingenuidad de sus movimientos que intentaban mostrar una falsa experiencia, la obviedad de su provocadora inocencia de mujer y la terrible fascinación de su cuerpo desnudo sobre la deshojada cultura familiar me encendieron la hombría.» Hombre, tú, cuidado, que llega Nacho Vidal. La obviedad de su provocadora inocencia no será tan obvia cuando te ha costado tantísimo enterarte de que quería echar un polvete contigo, y la terrible fascinación no pasará de discreta curiosidad, habida cuenta de las gélidas reacciones observadas en el narrador. ¿Qué más tiene que hacer la chica para encender tu hombría, joder? Que hasta bailecitos guarros te monta, y tú ahí, preocupado por la cultura y la biología. En fin, bien está lo que acaba erecto. Otros ni siquiera habrían llegado a encender ni un mechero. Pero estamos llegando ya al final de la narración justo donde debería empezar. Nos perdemos en los preliminares, especialmente si no los identificamos como tales.
«Rodamos desnudos por el suelo cubierto de papeles en acrobacias pasionales hasta que logré el cálido placer de la penetración y pude sentir el abundante manar de sus aguas que erotizaban mis ensayos filosóficos, la guerrera historia de general Alejandrino Munévar, la inescrutable osadía de Alicia, el diario de Ofelia y los misteriosos poemas: ahora esos lánguidos escritos estaban definitivamente impregnados de pasión, olían a pasión, llevaban dentro de ellos el fuego de una pasión. Olían a pasión, llevaban dentro de ellos el fuego de una pasión. ¿Es así como debe escribirse, con sudor de abrazos, con gemidos de coito, con abluciones sexuales, con secreciones de la biología sobre la cultura?». No, rotundamente, no, no es así como debe escribirse. Para empezar, penetración es jerga anatómica, adecuada para una charla de educación sexual pero no para narrar un polvo. ¿Alguien ha pedido alguna vez, en un arrebato de pasión: “¡Penétrame, Pepito, penétrame!”? Tampoco parece adecuado hablar del “abundante manar de sus aguas”, porque, además de ser una imagen manida y vacía de significado, no sabemos exactamente a qué parte del coito se refiere. ¿Quiere decir que la chica se corrió? ¿Mucho, escandalosamente? Pues dilo, coño, dilo. Dejaré sin comentar lo de gemidos de coito, expresión que desacreditaría por sí sola la obra entera del Marqués de Sade si la encontráramos en ella.
En resumen, muchas líneas y poco sexo. Muchos talones y pocas tetas. Muchos ensayos filosóficos y poco ejercicio pélvico. Un desastre, uno de los peores polvos que he leído en tiempos, y los he leído muy malos. El lector es incapaz de imaginarse nada, tiene que recurrir a su propio contexto, rellenar los huecos que al autor no le ha dado la gana completar, y acaba componiendo un polvo estándar y mecánico. Hay que estar muy salido o haber estado expuesto a muy poca pornografía para que este pasaje encienda la hombría o la mujería de nadie.
Y con esto me he cavado mi propia tumba, porque mi novela, esa que ya está casi atada y cuya publicación espero poder anunciar después del verano, está llenita de polvos. Cerca de la mitad es pura pornografía. Y si con ella no consigo despertar ni un chisporrotazo de hombría o de mujería en los lectores, podréis meterme este post por el orto. Sin connotaciones eróticas.