Dos pequeñas seudopolémicas del mundillo periodístico: el movimiento-debate surgido en Twitter #sinpreguntasnohaycobertura y el so called boicot del Partido Popular a El Periódico de Aragón en plena campaña electoral.
La primera ha derivado hasta en un manifiesto, y la segunda, en un desordenado y torpe pastoreo que mezcla churras con merinas. O churras con meninas, que dirían en Telecinco y en no pocas facultades de periodismo.
Lo de #sinpreguntasnohaycobertura ya es conocido por la parroquia: Antón Losada, de profesión tertuliano de los que salen de casa con el micrófono ya cosido a la corbata -porque si están poniéndose y quitándose micros no les da tiempo de acudir a todas sus tertulias-, decidió promover un movimiento de protesta periodístico: que no se dé noticia de las ruedas de prensa en las que el político convocante no admita preguntas.
Pues muy bien. Pero, ¿por qué ahora? ¿Es que Losada se acaba de enterar de esa práctica que lleva unos cuantos años y que al principio parecía privativa de la izquierda abertzale, pero que ya utilizan todas las formaciones políticas?
Por partes: dar cobertura o no a un acto no depende de los plumillas. Como dice Eduard Navarro en su blog, y cuya opinión al respecto suscribo: “Es un privilegio de caciques y no de indios”. Es decir, que tendrá que ser el director o el responsable al cargo quien decida si se habla de una determinada cosa o no. A ver qué plumilla tiene la capacidad o la suficiente masa testicular o las arraigadas tendencias suicidas necesarias para decidir por su cuenta y riesgo que no va a escribir una crónica de un acto en el que no le han dejado preguntar.
Por otro lado, reducir la compleja y densa crisis profesional que vive hoy el periodismo a una anécdota es de un nivel parvulario. Al final, no hay una voluntad de modificar el plúmbeo y vacuo intercambio de frasecitas entre políticos en el que se ha convertido buena parte de lo que antes se llamaba información. Cuando el género del reportaje prácticamente ha desaparecido de los medios, cuando los contenidos no estrictamente políticos han quedado relegados a un cuarto o quinto plano, cuando los mejores cronistas y entrevistadores han pasado a la reserva o han sido marginados a páginas de desván, cuando los periódicos se han convertido en clones grises, aburridos y cada vez peor escritos, no parece que la posibilidad de hacerle una o dos preguntas a Dolores de Cospedal vaya a mejorar ni un poco la situación.
Lo del veto del PP a El Periódico de Aragón tiene que ver con todo este panorama. La misma indignación periodística que se ha manifestado con #sinpreguntasnohaycobertura se ha volcado en el apoyo a la sucursal del Grupo Zeta en Aragón, en lo que algunos han llamado incluso una “agresión” o un acto de “censura antidemocrática”.
Echen el freno, madalenos, que las cosas son más sencillas.
El PP ha retirado su publicidad y ha decidido no atender a los periodistas de El Periódico ni acudir a sus saraos -ni, se supone, invitar a gente de El Periódico a los saraos del PP-. Es evidente que algo de lo que ha publicado el diario les ha mosqueado mucho, o es una bronca de despachos de cuyos términos nunca tendremos constancia. Tanto da. El caso es que el PP, como cualquier otra persona jurídica o incluso física, está en su derecho de anunciarse donde le dé la gana, y de cogerle el teléfono o de colgarle a quien quiera, y de invitar a sus saraos o denegar la invitación a quien guste, y de declinar las invitaciones que desee declinar.
Como El Periódico de Aragón decide -o habría de decidir- sus contenidos sin presiones externas, y no sólo elige quién sale o no en sus páginas, sino si lo saca guapo o feo, si lo promueve como un prócer o lo denigra como a un maleante. Con unos límites legales -que también se puede saltar si apechuga con las consecuencias-, pero que nada tienen que ver con la cortesía y ni siquiera con la moral o la deontología profesional (que sería deseable que así fuera es otro tema).
Cuestión distinta sería si fuera una administración pública la que se comportara como el PP. En ese caso sí que estaríamos ante un acoso a la prensa y ante un ataque a la libertad de expresión. Pero lo que ahora sucede es una disputa entre dos organizaciones privadas y libres.
¿De verdad me están diciendo que no poder entrevistar a Luisa Fernanda Rudi vulnera la libertad de expresión? Yo creo, poniéndome estupendo, que es una oportunidad perfecta para llenar ese presunto hueco con contenidos más interesantes. ¿Tan importante y decisivo es lo que va a decir Rudi? Si todos sabemos que es un teatrillo, que ni siquiera ella misma se cree sus palabras, que es un discurso acartonado y previsible. ¿No tiene el periodismo ningún recurso para torear o para sortear ese aro por el que los políticos quieren hacerlo pasar todo y ofrecer otra cosa, verdadera información? Si un partido cierra el grifo, ¿se acabó lo que se daba? ¿Tan poquita cosa es un diario que no soporta que le cuelguen el teléfono en un gabinete de prensa?
En resumen, que no estaría mal que los debates se expresaran en sus justos términos y no se tomara por asuntos de libertad de expresión lo que no son más que reclamaciones gremiales en un caso y conflictos institucionales en otro.
Son preguntas que le hago al aire claro y azul de esta mañana barcelonesa, tan perfecta y grata que no merece seguir siendo enmierdada por miserias tan menores.